sábado, 9 de abril de 2016

EL EJEMPLO DE ´´MADAME MARGUERITTE´´

El escritor británico Aldous Huxley, en su prólogo al libro "La libertad primera y última", escribió que el mundo de los símbolos se superpone en nuestra mente al mundo de la realidad, llegando a distorsionar gran parte de éste. Sería como un filtro que nos hace percibir espejismos por todos lados y nos precipita en la obnubilación, en un delirio casi permanente. En vez de captar sencillamente lo que es, lo que sucede objetivamente, registramos sólo lo que creemos que es, lo que deseamos que sea, lo que nos conviene de una situación o una coyuntura dadas.
Algo parecido le sucede a la baronesa Margueritte Dumont, personaje principal de la película "Madame Margueritte", que vive su delirio particular en el París de los años veinte. Es tal su anhelo de convertirse en una diva del "bel canto", consagra a ese sueño tantas energías, trabajos, desvelos y tiempo, que no se da cuenta de un detalle tan elemental como decisivo: que canta horriblemente. Es patético y bochornoso oírla desafinar estentóreamente, con sus lacerantes galleos y el desaforado maltrato que da a toda la escala de notas musicales, en medio de una gran orquesta avergonzada y el mar de rostros atónitos que llena el teatro para asistir a su muy publicitado recital.
Sin duda, madame se ha alejado hasta tal punto de la realidad que su alucinación cae de lleno en el dominio de la paranoia delirante. Pero no nos engañemos. Con todas nuestras ridículas ideologías, credos filosóficos y religiosos, afiliaciones políticas, artísticas, culturales y económicas, transitamos a cada momento por su misma senda extraviada, quizá más contenidos, puede que algo más suaves y rezagados. Sólo nos separa de ella una cuestión de grado.
Porque estamos convencidos de todas nuestras falsas realidades.
Pero no tenemos ni idea, ninguno, de cuál es la realidad verdadera.

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